25 de marzo de 2022
Kamwenge, Uganda
Cada vez que vuelvo a África, me encuentro con la misma realidad de siempre, que había olvidado, “lo poco que necesito y lo mucho que aprendo aquí”.
Cuando llegamos lo hacemos ilusionados, casi ansiosos por empezar y por completar el plan establecido al pie de la letra.
El golpe de realidad es fuerte al principio.
Todo va más lento, las cosas necesitan su tiempo y no es posible realizar todo lo que habíamos planeado y menos al ritmo previsto.
Se nos olvida que hay que pensar si el bisturí eléctrico es compatible con la toma de corriente, que si llueve las pacientes no tienen acceso al hospital, que una cesárea puede que no se pueda realizar con la celeridad prevista porque quizás el anestesista no pueda llegar a la hora acordada…
Comprobamos que ellos no se deben adaptar a nosotros, sino nosotros a ellos y a lo que tienen.
Es importante que seamos abiertos para pedir opinión y permiso tanto al personal que atendemos como a la comunidad.
Aquí es donde conocí el significado del concepto “community engagement”.

Se trata de dejar de dar por hecho que lo que traemos es lo mejor y conseguir un equilibrio entre nuestras propuestas y las propuestas suyas para que, a través de ese consenso, podamos conseguir el objetivo de mejorar la comunidad a la que hemos venido a ayudar.
Pues bien, el “community engagement” y el contacto con las mujeres a las que hemos tratado de ayudar ha sido la parte más importante de este proyecto, más que la recogida de muestras y tests, más que los tratamientos que hemos dispensado.
Hemos realizado el “community engagement” cada dos días reuniéndonos con mujeres de cada comunidad. Nos acogieron con ilusión y mucho respeto, aunque al principio con cierto recelo, pero acabaron comprobando que estábamos allí para ayudar, para consensuar, para escuchar, para servir y no para imponer.
Cada velada empezaba con un saludo de bienvenida. Nosotras nos presentábamos y hablábamos sobre el “cáncer de cuello de útero” y la transmisión del virus del papiloma humano por vía sexual.
Las caras de las mujeres mostraban extrañeza, contemplaban los dibujos y folletos con gran interés.
Al acabar preguntábamos si tenían dudas y nos sorprendía un poco comprobar que surgían múltiples preguntas sobre el tema y sobre salud sexual femenina.
Alguna vez se acercaba algún hombre, intrigado y a veces un poco sorprendido por el tema. Entonces surgía un gran debate sobre la transmisión sexual y su cultura.
Al despedirnos y tras cada debate las caras eran diferentes, sonreíamos cómplices y la velada terminaba con un baile tradicional de agradecimiento.
Intentábamos unirnos a sus ritmos, pero acabábamos bailando “la macarena”, que es algo que les deja alucinados y reían, aplaudían y al acabar nos abrazábamos, nos dábamos la mano y nos despedíamos.
Ahí es cuando nos dábamos cuenta de que todo lo que habíamos estado haciendo tenía sentido, mucho sentido. También comprobábamos que había que adaptar nuestro ritmo a su ritmo, al ritmo de África, al ritmo de la gente de África. De esta forma conseguíamos juntar la aportación que nosotros traíamos a la aportación que ellos y ellas también nos hacían. Así conseguíamos trabajar en equipo y los mejores resultados al establecer una colaboración generosa y confiada entre las dos partes: nuestra aportación europea y su aportación africana.
Cristina Clare Gallego de Largy